Hoy te escribo y sé que no me esperas, ni yo tampoco tenía pensado ir. Lo hago con esa tinta suave con que mis susurros adornan a veces mis abrazos, con el ansia de alcanzar lo inalcanzable. Las palabras a veces son un débil y torpe soporte que solo sirven para mantener vivo un instante.
Nos leemos verso a verso, palabra a palabra, pensamiento a pensamiento, dejando interpretar a cada corazón su argumento, pero nos olvidamos que el amor no razona, solo es ese vendaval que pasa.
La inspiración solo es el néctar para que las palabras florezcan. Ellas interrogan a la vida, pero esta solo les da lo que siempre está más allá.
Tú me escribes a versos y yo te respondo en prosa ardiente, impaciente, apretujada, pero siempre sincera. Es tu emoción como rio que fluye y son mis palabras, las que van a todas horas contigo, esas corrientes que lo desbordan. Solo es mi amor que tú ya conoces, ese que no quiere nada, pero lo desea todo.
Vivir es morir. No quiero que tus versos lo hagan… ¡cosas confusas en mi alma!, pero sí que un día exista la mínima posibilidad de conocer qué hubo más allá de la inspiración que movió al poeta a hacerse sublime, al menos para mí, y a su musa descubrir la inmensa felicidad del significado de cada palabra, de cada gesto, de cada silencio.